miércoles, 28 de enero de 2009

Las mujeres que amé

¿Saben? Quería contarles, hoy, que yo amé muchas veces. Y que, como todo mortal, amé de muchas formas. Y quisiera decirles que por la edad, disculpen, amé a muchas mujeres.
Amé, en ocasiones, con esperanzas vanas, pudor adolescente, con frenesí platónico. Esa forma de amar que revuelve las tripas, que angustia por las noches, que provoca temblores.
Tartamudeé, entonces, cuando las ví de cerca. Y mentí profesiones y me inventé talentos. Soy músico de jazz, escritor de novelas, piloto de aviones. Compuse con Piazzola, inspiré a Frida Kahlo. Fuí discípulo de Einstein, guardaespaldas de Kennedy, el que pisó la luna.
Es que yo divagué hasta quedar hastiado.
Y cuando me miraron con tanta indiferencia, callé, abarrotado de tanto que decir.
Y lloré con mi almohada mi estúpida plegaria, y me tragué con vinos una desolación tras otra, perdido en la intemperie que suele ser mi abrigo.
Y escribí decenas de poemas que convertí en canciones, deplorables, que con sólo leerlas me llevaban al vómito.
Disculpen mi sinceridad, irrelevante, pero a veces no puedo evitarlo, me recuerdo ignorante, infiel, celoso y parco. Y remonto al olvido para volver a verme amar a la mujer que amé como la he amado.
Porque a veces amé poquito y nada, con cierta hostilidad de genio incomprendido, seguro de sentirme amado hasta el cansancio. Víctima del amor agobiante, con cientos de llamados y reclamos, hasta volverme cruel, sin intenciones. Entonces descubrí el oscuro color de los dolores, los ojos embriagados del amor que se muere, las despedidas secas, los atajos del fóbico, la rabia despechada de las mujeres tiernas, maternales. Y lloré de verdad aquellas noches, porque esas noches fueran las más duras, y esas mujeres fueron, al fin, las más amadas. Dueñas de mi nostalgia y de mi ira, reinas de mi benevolencia y de mi culpa, princesas de mis mejores sueños, no cumplidos.
Pero también amé, y voy a decirlo, con paciencia oriental. Y me jugué entero a todo o nada. Y me banqué los planteos y desplantes con estoicismo idiota, aunque febril.
Inútil el esfuerzo.
No podría contarles los resultados de amar hasta estallar de grandes intenciones. Porque no es posible cruzar los abismos si no hay puentes, cuando la diferencia es brutal, malentendida.
Entonces descubrí que el amor es constancia, risa, aburrimiento, madrugada, complicidad, café con leche, compañía. Una quimera frágil, fatigada, de querer amar todos los días.


Adolfo Castelo


No podía inaugurar este blog de otro modo, que con un pequeño homenaje a "El Blanco de las Críticas"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y cuantas de esas mujeres son amadas en silencio, sin que tengan la menor sospecha que son amadas. Seguramente a ninguna le cambiaría la vida saber que son amadas con tanto énfasis por criaturas tan insignificantes como yo o nosotros.

Abrazo amigo.

Feliz inauguración.

Gracias Adolfo por dejar tus letras

Anónimo dijo...

Hola, aqui mis saludos para que el blog tenga larga vida.
Cintia

Anónimo dijo...

hola,
re lindo el texto.
un besitoo.
Sheila